martes, 4 de noviembre de 2014

La noche era inmensa
y eterna como todas
como cada una.
Brillaban las estrellas
entre nubes de humo,
y en charcos de alcohol
su reflejo.
El mundo seguía agonizando
y a punto de morir,
como cada día,
pero el mundo no existía
más allá de las baldosas,
del polvo de los recuerdos
ajenos
y ya un poco propios.
Miles dormían alrededor
miles
agonizaban en sus retretes
mientras les consumía ese veneno
que no mata ni el alcohol.
Otros tantos volvían a casa,
más sucios e igual de rotos,
pero sin consciencia de ello,
y otros echaban pulsos,
durante toda su vida,
con el despertador.
La noche era inmensa
y cada color era rojo o negro
como el asfalto 
o como los besos.
Los coches pasaban veloces,
la gente pagaba por destruirse,
por acabar muriendo,
en cada callejón.
Pero la noche era inmensa
e inabarcable
y entre tantos cristales
sueños
corazones
versos
pómulos 
y zapatos
rotos
acabó con dos gatos
durmiendo
en las frías baldosas
como si aquello
fuese lo más cerca que iban a estar
del paraíso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ven, que vamos a hacer un pacto yo y tu sonrisa.