domingo, 22 de febrero de 2015

Puedo imaginar que estoy en La Habana, de pie, mirando al mar, desde el Malecón. Puedo imaginarme negra de ojos penetrantes, mulata de culo de infarto o blanca de pelo castaño como el ron. Me imagino ahogando la miseria en cada trago de la botella del mes, me imagino puta. Puta y puteada. Follando con ricos europeos y norteamericanos que escupen narcisismo en cada billete y que huelen a envase vacío donde guardar carne podrida. Dejándome follar. Imagino ese desfile de polvos vacíos, de viejos de pingas arrugadas que no reparan en la miseria ajena, mientras ellos sean los dueños. Me veo puta y puteada, vendida por mi misma, vendida mi vida por poderla seguir. Y vuelvo al Malecón y se me pega el calor en la piel, y el mar necesita algo de aire que lo rebele. Y pensándolo bien, todos aquí y todos en el mundo, lo necesitamos. El sufrimiento y el amor no entienden de lugares o de razas.

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