Las llamas del infierno
me hacen cosquillas,
juegan con sus lenguas
entre los dedos de mis pies
encadenados.
Me despiertan en una mezcla
de dolor y risas
cada mañana.
No importan las coordenadas
estamos condenados
a la tierra caliente
quemándonos en vida
por aspirar al cielo.
A un cielo gris y asfixiante
a un vuelo que no sólo consista
en esquivar
los vuelos de los otros.
Yo me quedo abajo,
doblando esquinas
y de vez en cuando
os miro chocar
y caer
y saltar vuestra alma
en pedazos
sobre las cabezas del resto
y lloro o sonrío
según el pie
candente
con el que me levante.
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