jueves, 4 de febrero de 2016

Harta del punto y seguido, de quedarme suspensiva, suspendida, con los puntos. Harta de los puntos y comas, de esta fábrica de devoradores caníbales en la que se ha convertido el invierno. Hastiada de los espacios infinitos como abismos bebiéndose los mares, de los campos resecos y agrietados como las lenguas que escarban en la roca. Buscando más. Siempre buscando. Grietas y tierra, ojos empañados y garganta seca, garganta fría, garganta-cuchilla, garganta-silencio. Hastiada de la flaqueza en las rodillas del instinto. Cansada de la intuición inútil y la supervivencia suicida. Pero fuerte. Tan fuerte que aún voy a buscar la espada de frente y con la cara limpia. Tan fuerte que me niego a coger la máscara a pesar de las contusiones, las llagas sangrantes, la sal de las lágrimas en la retina. Tan fuerte que vuelvo, una y otra vez con las costillas rotas, a buscar cosquillas en este colchón de faquir, y acurrucarme. Tan jodidamente fuerte que, aún rota y derrotada consigo levantarme y buscar el tren de cabeza, y saltar de vagón en vagón entre las vías candentes. No sabéis nada. Ya he aprendido a alimentarme de mi propio veneno. A morder mi lengua con placer y no por miedo, a saborear mi sangre emponzoñada de grenórcula. No sabéis nada. Y la verdad es que tampoco estoy aquí para enseñaros.



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