domingo, 6 de marzo de 2016

Tengo un dragón herido en mis entrañas que gime cada vez más cerca de mi oído, acercándose al suelo. Tengo un pozo sin fondo con las paredes arañadas por los versos, por el corazón cuando me suplicó que no le dejase caer. Tengo al poeta maldito cantando en mis entrañas dos años después de su muerte, y al diablo acariciándome la herida, lamiendo mientras ella respira y supura mis insomnios. Tengo el pulmón derecho lleno de tinta negra, de bilis genorculosa que sube por mi garganta y me baña las cuerdas para que haga más y más fuerza al escupir. Tengo el pulmón izquierdo lleno de sangre cuajada, de los restos de esta matanza, del asfalto criminal y los puñales de tus ojos. Tengo el estómago tembloroso, pidiendo a gritos algo que no puedo darle, que no me dejan, que quizá no sabría digerir, por la costumbre a la falta de. Tengo unas tripas que a veces pienso que no me pertenecen, un laberinto de vísceras que no conozco, pero que está dentro de mí, una paradoja de residuos y ganas, el Minotauro de la tristeza que día a día, pide su sacrificio. Tengo un torso, unas extremidades, un paisaje romántico dentro de mi cabeza, y las ruinas se tornan grises cuando amanece, como si el sol no pudiese entrar si no es de noche, cuando nunca está. Tengo un manto de cactus cubriendo mi mente, mi espina dorsal, una mezcla de matojo y tierra, que se agarran a mi piel, por dentro para calentarme. Tengo el agua salada de mis ojos para regarlo y asistir impertérrita a la caída de cualquier imperio, a la destrucción de las naturalezas agonizantes, al derrumbamiento de los pilares y las tejas. Tengo, sobre todo, mi saliva para poder creer que existe algo mejor si es que lo quiero. 




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