
Mira,
a mi también me aburre tanto
que me arranco las uñas a bocados
para que el tiempo pase.
Incluso a veces las ruinas
no son más que eso
y no hay princesas árabes
mirando por las ventanas.
A veces ni el paseo nocturno
a orillas del Darro
es suficiente para dejar de estar tristes.
Ni la discusión
entre psiquiátrico u hospital.
Ni la historia del reuma
que, en vez de calarme los huesos,
me deja fría.
Escucha
a mi también
me arden las sirenas y el claxon,
me ahoga la gasolina de los puertos,
me escupen las vallas publicitarias.
Y cansada miro al suelo,
me pongo los cascos,
y camino rápido
bajo los soportales
como huyendo de un monstruo
que, a veces,
soy sólo yo misma.
No he descubierto el secreto
ni he descifrado el chiste.
Reconozco
haberme reído de verdad
y haber vivido para contarlo.
Reconozco que varias veces
y reconozco
que en buena parte de ellas
no precisamente sobria.
Aún así no tengo la respuesta correcta
a este acertijo absurdo
en el que nos hemos autoimpuesto
vivir.
Sin embargo,
estoy viva en este mundo infestado de muertos
en esta peli cutre de serie B
en la que se curran demasiado bien los decorados
y muy poquito los personajes.
Y por eso se retuercen de rabia mis entrañas
al abrir los ojos algunas mañanas.
Me gritan hambrientas,
sedientas de humanidad.
yo las riego con mis palabras,
les regalo acordes y versos
les canto como a nadie he cantado
y les lloro como sólo una puede llorarse.
No hay poción mágica ni receta secreta,
y no siempre funciona el conjuro de la sangre.
A veces la herida vibra
pero no quema
y entonces se apodera de mi
un impulso salvaje de bailar sobre el fuego
y desenterrar las cicatrices de la tierra.
No reniego de mi especie
sino de lo que han hecho con ella
algunos caníbales, convirtiéndonos
a su culto.
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