Hoy por la mañana, en este famélico día de tormenta y blancos rotos, han llamado a mi puerta para hablarme de dios. A mí. A la pagana poseída, la bruja olvidada de la selva de asfalto, la que lleva al maldito en su nombre, y en vez de avergonzarse agradece la señal. En vez de temer, asiente ante la sinceridad del absurdo y del terror de la psique. Han llamado a mi puerta porque la sangre de los dinteles es invisible para todo aquel o toda aquella que tenga la vista en el cielo con pretensión ambiciosa. La tierra es sorda pero no muda, ni tampoco mentirosa.
Me pilla usted en mal momento, estoy apunto de irme. Quizá otro día que no tenga un ritual programado para cada luna, quizá otra vida en la que no huela la sangre de la miseria a kilómetros. Quizá cuando el ego me disuelva y el miedo a dejar de ser se imponga ante la aceptación plena y precipitada de lo que a veces es un deseo. Disculpe, no es que niegue a su dios sino que afirmo a su adversario. Él entra por todas las puertas sin llamar y sin palabras.
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Ven, que vamos a hacer un pacto yo y tu sonrisa.