Me llevo las manos a la cabeza y
la cabeza a los pies. Contorsiono mi figura hasta ponerme del revés. Me
retuerzo en un escorzo imposible. Dejo de reconocerme, empiezo a escucharme y
pongo las piernas hacia arriba para no marearme. Doy una calada. Me cae la
ceniza por el pecho, las lágrimas por la espalda. Mi ombligo es una gruta
oscura a la que no quiero asomarme. Tampoco hay forma de salir de aquí. Tampoco
quiero escaparme. Dejo que pasen las estaciones y los ciclos, dejo que maduren
los lirios, que caigan los frutos. Tengo los hombros como piedras, como templos,
amoldados a la sábana del tiempo que se escurre como si fuese de seda. La
cascada está por llegar de nuevo a la tierra, regar de sangre tanta muerte,
dejarme descansar. Viene siempre en el momento justo, cuando el mundo está tan
seco que me sangran al respirar las fosas nasales. Qué nausea, qué terrible
falta de animalidad y de vida. Escupo a las pantallas, vaya paradoja extraña es
el abismo de la pena. Me desespera esperar pero me esfumo en espirales de humo
blanco. Consumo mi tiempo y mis letras, mis tientos a ciegas para tocar la
línea de los labios del poema. Me enferma el pulso roto, las sonrisas de pega.
Con los restos del naufragio me he fabricado una puerta y una buhardilla
escondida entre madera de deriva para esquivar las tormentas. Es de noche en
esta celda y la luna brilla en las rejas. Tirito como tiritan a lo lejos las
estrellas. El cristal de la ventana me acaricia las ojeras. No quiero quedarme
dentro, no quiero quedarme fuera.
¿Cuál es la factura de los restos? ¿Las fases
lunares? ¿La flora intestinal? La falta de inspiración me come por dentro.
¿Acaso no tengo nada más que decir? ¿Acaso no lo hay? Volví a casa y me
florecían amapolas en los labios. Como la esperanza de que algo puede cambiar
de verdad. Que podemos aún decidir en los afectos que atraviesan nuestras
vidas, en las miradas limpias, en la intención de limpiarlas. Ahora estoy en el
sofá, con el frío calándome los huesos y el cerebro agotado después de todo el
día. Hay algo dentro que quiere salir en forma de llanto o de poema. Está
rascando por dentro de mis tripas, pidiéndome amor, pidiéndome paz, pidiéndome
muerte. Sé que está en camino, pero no sé si nos cruzaremos en él. Siento como
si me estuviese persiguiendo a mi misma y a la vez estuviese huyendo de todo,
huyendo muy lejos con todas mis fuerzas, con todas mis deudas. Estoy agotada de correr en todas las
direcciones, de estar siempre sentada en la misma observando como los añicos
de mi mente brillan según su hora bajo la luz de las lunas. Las creo a todas y
no me creo a ninguna. Las alimento por igual. Sé que no me estoy volviendo loca aunque lo
parezca. Sé que la batalla contra la locura sigue luchándose cada día. Pero qué
puedo decir, ya me he acostumbrado.
A veces pesa tanto,
duele tanto,
cabrea
tanto
T
A
N
T
O
Que deseo que las letras fueran
espadas para lanzarlas directas al cuello de
T
A
N
T
O
S
Que deseo fabricar bombas caseras
y arriesgarme a que rastreen mis
IP
por culpa de este poema
que ni siquiera es bueno.
Que ni siquiera merecería
la pena
de la ley de seguridad ciudadana
de mandar mi vida a la mierda
y que las suyas sigan intactas.
Amo con el triple de fuerza con
la que odio
pero amo
T
A
N
T
O
Que imagina como crecen en mis
tripas
las plantas carnívoras de la rabia
las lenguas de fuego de la historia
anunciando el final del impero
romano
Por decir.
Anunciando el final
de todos los imperios.
Que no te asuste mi vómito
Que se te atragante
Que te envenene
T
A
N
T
O
Que no puedas volver a
acostumbrarte.
Quizá ya no quiero escribir
poemas
Ni pensar que amor y cuchillo se
parecen
Ni jugar a meter los dedos en las
llagas del resto
Ni dejar que el resto meta sus
dedos en mis llagas
Me asomo a la grieta del mundo
Escucho el rumor del líquido a lo
lejos
No se puede respirar con tanto
humo
Quiero replegarme hasta
desaparecer
Bañarme en la lava que ilumina la
gruta
Volver
a aquello que fuese
la paz absoluta
de la que no tengo
absolutamente
ningún recuerdo.
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