martes, 30 de julio de 2019


A ver ahora cómo explico que, en mitad de lo que llaman libertad,  una punzada en la sien me alerta de la olla express en la que se ha convertido mi cabeza. Trato de ponerme recta y tomar aire profundamente para convencerme de que el mundo se apaga cada vez que cierro el telón de mis párpados. Pero hay un insecto enfurecido que zumba en mi oído interno susurrándome a gritos todos los barrotes de esta cárcel con las puertas abiertas a la que llamamos vida. No quiero volver a arrastrar los pies por las mismas baldosas, con la misma desidia, entendiendo la idea de libertad como la constatación de la cadena que imagino que ata mis tobillos. Vuelvo a perderme y vuelve a ser otra la que encuentro, como si no hubiera espejo, aparte de este folio, que pudiera devolverme con o sin heridas todas las aristas que me forman. Nunca me paré a medir la geometría sagrada que compone mi esencia. En lugar de eso vi en mi interior un cuadro de Escher y sonreí con la convicción de que todo es tan  simple o tan complejo como queramos verlo. La realidad se expresa de forma fractal aunque no seamos capaces de darnos cuenta, cada elemento, cada forma, cada átomo corresponde a un puzzle demasiado grande para que podamos atisbar su imagen o su contenido. Me siento diminuta y frágil dejándome arrastrar por una marea violenta que no me pertenece, me siento tan consciente de mí misma que a veces sólo puedo ser el todo que estructura y crea aquello que entiendo como ajeno. Entre un extremo y otro hay tantas versiones, tantas posibilidades que si no fuera por las letras o sería una sombra o habrá decidido de forma definitiva no ser.

Sin embargo, aquí siguen mis dedos conjurando a unos espíritus invisibles, creando círculos de sal, trazando símbolos arcanos, haciéndome alquimista y nigromante con el fin de dar respuesta a unas preguntas para las cuales el lenguaje no alcanza.


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