sábado, 3 de agosto de 2019

El verano está recorriendo las horas enloquecido, los días se van superponiendo hasta parecer el mismo. Busco mientras tanto los guiños del universo, si no los encuentro, me los invento y duermo tranquila. Tanta teoría se me enquista en los ojos cuando trato de relacionarme fuera de lo que creo haber elegido. Es entonces cuando caen una a una las piedras de la torre, cuando el lenguaje se hace imberbe y sutil, casi adolescente y echa más gasolina al fuego del que queremos sacar las castañas. Hay tantas pantallas detrás de mis ojos, tantos ojos detrás de mis visiones que me cuesta creer que no está en mi mano saturar el color o elegir el blanco y negro. Al despertar acuden a mí unas voces lejanas que no reconozco del todo y se quedan sonando en mi cabeza. Me ofrecen los trucos y las trampas pero ahora soy demasiado responsable de mi maquinaria como para dejarme llevar por sus cantos. No repetiré jamás sus palabras por miedo a hacerlas reales, no pienso coger la pala para seguir cavando un pozo cuando puedo construirme una escalera a través de los lenguajes. Dibujo un horizonte naranja que se funde con el azul de los acordes, sólo me quedan la luz y el sonido cuando las cadenas de la palabra se derriten bajo el sol del verano. Se me acumulan las interrogaciones en los bolsillos hasta que la gravedad me obliga a tumbarme para mirar las estrellas. Ha pasado demasiado tiempo y en el jardín de mi mente sólo crecen las preguntas, como si no hubiera un astro vital que las encamine hacia el aire que contiene las respuestas. 


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