miércoles, 7 de octubre de 2015

Decía que le gustaba
apagar cigarrillos con el pie,
que sentía que era
como si se cargase a alguien.
Yo me fijaba en el gesto decisivo
de su ajado zapato, en los ojos
reconociendo en la víctima
una parte de sí mismo.
El mundo alquitranado
bajo los pies gigantes,
ninguna historia nueva,
ninguna nueva venganza.
Y volvía a echarse otro pitillo
a la arrugada boca.
Y cantaba a los muertos
como un niño perdido
suplicando cuentos,
mirando de lejos como
alguien mece una cuna 
vacía.
Y los colegios rezumando
y una inspección antes de entrar
cada día,
un padre nuestro quizá,
una tabla de multiplicar,
no se les ocurra entrar
con plumas
o se les echará de clase.
No intenten salir de verdad,
están condenados
a este desierto de números
sin alma.
El maldito sigue fumando
e intenta nadar en la memoria
pero todo está yermo
y entre tristeza y asco
tira el pitillo al suelo,
todo ahogado en lágrimas
y aun así levanta el pie,
y se dispone a vengarse del mundo
cuando sabe,
que en realidad,
ya no sirve de nada.



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