miércoles, 3 de febrero de 2016

Poema-espada, poeta-herida, poesía-sangre

Blando el poema como una espada y atravieso el espejo hasta llegar a tu garganta. Dejo que me salpique el alcohol, el amor coagulado a punto de pudrirse, mientras un cuerpo cae al suelo, quizá sea el mío, quizá sean las cuerdas vocales del mundo las que he desgarrado sin miramientos. El rayo fugaz, brillante y rojizo me hipnotiza como a un gato la noche. Lleno el silencio de maullidos y lágrimas, me retuerzo, ronroneo mirando a los ojos al abismo. Lamo la espada, la acaricio. Beso su hoja afilada con deseo y corto mis labios en un beso atroz y sangriento, roza mi cuello, sigo bajando. Me arranco un pecho a rodajas pensando en el mundo Antiguo y derramo mi sangre de amazona sobre sus estereotipos, sobre los vuestros, ahogándolos. Sigo bajando. Acaricio mi vientre, lo araño con su punta afilada, benditas brujas, y el pentáculo bajo mi ombligo, que ahora es una piscina de vida caliente luchando contra el oxígeno. Sigo bajando. Rasuro el vello de mi pubis, rozo mi clítoris con el frío del metal, me estremezco. Golpeo suavemente, mi cuerpo responde, la espada mojada de tu sangre, de la mía, sigue bajando hasta encontrarse con mi vagina palpitante y húmeda. Se mezclan los líquidos vitales, sexuales, en un metal afilado que busca llenarme por dentro. Que busco que me llene, para vaciarme después. Ya está bien de juegos. Este poema-espada no es otra cosa que mis falanges apuntando a otra cabeza y apretando el gatillo en un abrazo suicida, arrancando otros ojos salvajes dispuestos a crecer en el asfalto del que no puedo escapar. Buscando cualquier otro lugar en el que meterse que no sean (ya está bien) mis heridas.




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