miércoles, 13 de abril de 2016


El reloj de arena ha vuelto a darse la vuelta, y es la parte de arriba la que ahora absorbe el tiempo, y los segundos entienden de gravedad lo mismo que yo de amor, nada. ¿Habrá dejado de existir el tiempo? Porqué seguimos entonces llorando por sus esquinas como inmutables almas en pena, como adoquines bajo la lluvia, esperando que alguien no seque, sea el sol, sean los toldos del comercio más cercano. El reloj se ha dado la vuelta, de nuevo, y ahora el pasado es presente, y el presente un futuro que no existe, y todos los esfuerzos vuelven a no ser, a no notarse. ¿Qué es el tiempo? Ayer estaba segura, ayer reía. Hoy vuelve a ser hace unos meses, me escuece la herida que creía cerrada, que ahora ha sido abierta por vez primera aunque sienta el dejavu del reguero de sangre recorriendo mi pecho. ¿Entienden de tiempo los sentidos? ¿Y los sentimientos? ¿Entienden de tiempo las ansias de mis dedos? Si hoy es el ayer que creía enterrado, quizá sea yo la enterrada en las arenas de este reloj inexistente, en estas arenas movedizas. Llamémosle tiempo emocional, a esa cosa que no sucede, que no se mueve, mientras los coches derrapan en las calles y las personas se pisan las unas a las otras sin levantar la cabeza de las pantallas. En un mes parece que han pasado segundos, en una hora de llanto nos hemos bebido toda la vida y no queremos más. Tiempo emocional, absurdo concepto, tan voluble como inútil, por dentro no existen ayeres nada más que en mis pulmones, también se puede contar la vida en cigarrillos. Quizá todos tengamos unos cuantos granos de arena, contados, hasta que caiga la tierra densa sobre lo que fuimos, y ninguna gravedad más que la de nuestras tripas, y el arriba y el abajo no sean más que los párpados cada mañana, decidiendo si luchar o derrotarse entre las sábanas, cuestión de probabilidades. Aunque tuviésemos contadas todas las migajas del mundo, seguiríamos sin saber que hacer con ellas. Seguiríamos dándole sin querer la vuelta al reloj, para intentar comenzar de nuevo algo que no existe ya, algo que quizá sólo ha existido a ratos. La esperanza es la expresión más amarga del instinto de supervivencia, la última cuerda que nos ata mientras los relojes se desparraman por el suelo, la única que nos agarra de la cintura cuando la arena nos come los pies. La única, por otro lado, que nos impide volar lejos de todas estas ideas estúpidas de lo que debe ser la vida y que, por supuesto, no es.

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