lunes, 25 de abril de 2016

¿Es ya la tercera caída? ¿Es la decimosexta? ¿De quién son las manos que aprietan mi garganta? ¿De quién toda esta sangre hecha vestido sobre mi piel? ¿De dónde sale tanta fragilidad en los huesos? ¿Será todo mío? ¿Y qué hacemos si no lo quiero?

Añoro la soledad de las tormentas solares,
esas que están por venir y que sólo pueden salvarnos
a base de la condena,
a base de la muerte.

Cómo juntarnos entre nosotros
cómo amar
si nuestros miedos se esconden tras los párpados,
duermen en la epidermis,
se rozan entre ellos,
se enseñan los dientes,
se sacan las uñas.
Cómo pensar que es posible la comprensión
ansiada por todos
cuando no somos capaces de mirar bajo la cama de nuestra mente
antes de dormir.
Y así, asustados, recorremos el mundo buscando
quién sabe qué quimera absurda
en los ojos de otros,
llorando las derrotas como si pudiese haber victorias que celebrar.
Sin darnos cuenta,
a pesar de la colección de cicatrices,
de que está perdido todo desde el principio
y son sólo tus demonios,
los propios,
los que te abrazan
en la noche ensangrentada.

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