con los pies endurecidos al igual que el rostro,
como si hubiera vivido mil años más
de los que me corresponden.
Pero he vuelto,
con una visión limpia después del llanto,
con el corazón tan vacío y tan lleno
que a veces por las noches los latidos
me despiertan
y suenan como tambores
sobre el colchón de mi insomnio
como anunciando una guerra.
Después de mil batallas cada mañana,
después de los tentáculos de la tristeza
enganchados a mis tobillos,
he vuelto.
Con unas cuantas cicatrices y unas cuantas lecciones.
Con tanta rabia y con tanto amor
como me cabe en el estómago.
Los pulmones siguen igual de rotos,
pero se han hecho muralla
y ahora lo que hay detrás de ellos
sólo tiene hambre de mi.
Y ¿sabéis qué?
es suficiente.
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