miércoles, 18 de mayo de 2016

De todas las que somos testigo de esta conspiración de invisibilidades

Sueltas por la Tierra, camufladas entre las ciudades y los humos, entre los metros asfixiantes y los valles de ensueño. De todos los tamaños y en todas las lenguas, ocupamos el mundo como si fuese para nosotras, pero por dentro sabemos que no pertenecemos a nada, ni mucho menos a nadie. De diferentes edades y a veces, sin conocernos, nos sentimos solas, nos sentamos solas con el bolígrafo en la mano y nos deshacemos en tinta entre los folios. Nos desangramos sobre las libretas buscando imposibles que no sabemos como han llegado a nuestra cabeza. Nuestro primer recuerdo fue un poema, nuestro primer dolor fue un poema, nuestro primer amor... nuestro primer amor fue la poesía de la que nunca hemos podido recuperarnos. Vagando incompletas, siempre buscando, sabiéndonos algo más en este mundo en el que sólo hay restas y divisiones. Desde tan jóvenes abrazadas por un dolor que esperaba en nuestra cama al llegar la noche, que iba con nosotras a clase y nos llenaba de piedras la mochila de la mente. Un dolor más nuestro que los ojos, un dolor de pupilas ajenas, un dolor visto y escuchado en tantas bocas que no se entiende como el resto no saben que está ahí. Un dolor enorme para cuerpos frágiles, como todo lo humano. Un dolor y unas ganas de apagar el fuego. Un fuego enorme y unos ojos que guardan las lágrimas que el resto no se atreven a llorar. Andando en las calles, seguras de nosotras mismas, viviendo en nuestros cuartos mil vidas a través de las páginas, como si la fuerza de otros, como si la tristeza de otros hiciese balanza o apoyo. Chicas agarradas a un libro como si no supiésemos respirar si no es a través de las letras, como si no supiésemos respirar sin que duela, quiero decir. Las hijas que Pizarnik nunca quiso tener. Sus hijas póstumas. Las herederas de la decadencia, de la necesidad de seguir buscando en la palabra como si hubiese realidad más allá del paisaje de nuestras tripas. Herederas del dolor del mundo que crece en nuestros vientres. Herederas del verso, del poema maldito, de la tristeza salada que nos corre por las venas. Las mismas que aullamos en la noche, de dolor y de placer, quizá sólo por decir "estamos vivas" y creérnoslo, porque al fin y al cabo no hay aullido que no signifique eso. Hermanas sin conocernos, con la misma bilis negra dentro de las arterias, tintando el corazón. Con los mismos sueños rotos, con las mismas ilusiones enterradas, con el mismo ¿POR QUÉ? tatuado en la frente. Podridas y decadentes, más bellas que un imperio en llamas ante los ojos del esclavo. Fuertes, más fuertes que el mar cuando se encabrita y traga ciudades, porque nacimos con el pecho abierto y no hay sensibilidad que se escape a nuestros dedos. Fuertes porque seguimos a pesar de saber cada una de nuestras miserias, a pesar de besar cada una de las miserias del mundo. Fuertes como sólo puede serlo quien vive consciente de la decadencia humana, de la gran mentira, de la ruina de los edificios que rascan el cielo. Chicas desarraigadas y rotas, a la deriva en este mar donde nadan los pájaros muertos, con la poesía como único salvavidas, como única condena.

Vuelve Alejandra, porque tu dolor ahora es nuestro. Vuelve, ahora que somos ejército y nos armamos con las palabras que nunca supieron entendernos. Vuelve y derroquemos la tiranía de las máscaras y los sinsentidos maquillados. No estás sola, ya no. No lo estamos.




1 comentario:

  1. Las Miradas
    Los ojos llenos de lágrimas y llamas
    Luces y sombras, y el amor en la lucha
    La rabia
    Nos atraviesa la rabia
    Nos molesta el viento en la cara y no este maldito mundo.
    Las ganas
    Que nos arañen la piel y me dejen morder.
    Que no sea yo el que arda escribiendo
    porque la poesía está en que todo arda.
    Lo que me hace sonreír y apretar los dientes es que siempre haya razones para la rebeldia.
    La guerra que provoca vuestra paz, la paz que solo la guerra provoca.
    Las ansias
    El insomnio que nos permite soñar.

    PD:Ojalá siempre te invadan las ganas de sentir, mas allá de reír y llorar.

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Ven, que vamos a hacer un pacto yo y tu sonrisa.