martes, 14 de junio de 2016

¿Nunca has soñado que estabas en peligro y que justo cuando más necesitabas ver, tus ojos se nublaban hasta cerrarse por mucho que intentases abrirlos? Pues más o menos eso.

Hace tiempo que no escucho más que el ruido de mis botas, de mis cremalleras tintineando sobre el asfalto. Si eso algún grito a lo lejos, si eso algún coche derrapando dos calles más arriba, si eso el silencio de la sombra del gato que me acompaña y me cubre las espaldas, ese que nadie ve. Deambulo por las calles de siempre, y siempre son 5 años o dos días, la noche es la misma y los misterios se esconden debajo de los coches, buscando los tobillos más apetecibles. Mis botas asustan en cambio y sólo me buscan las paredes desconchadas, los sprays gastados y las ventanas tapiadas. Tú sabías volar ¿cómo lo has olvidado? ¿cómo has dejado de esquivar los chicles y las juntas de las baldosas? Las alarmas me duermen cada mañana, hasta que es la pena la que me lame entre las piernas para que me despierte, contra ella no hay nada que hacer. Las noches en cambio son más mías que el silencio, más mías que la sangre con la que empapo las páginas. Por fin un hogar, a quién le importa dónde, a quién le importa durante cuánto. 

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