miércoles, 4 de mayo de 2016

El punto de no retorno

Puestos a abrirnos en canal los unos a los otros hay que tener en cuenta la salsa en la que nadamos, y cuales son sus especias, y cual la temperatura del fuego que nos cocina. Eres la herida más reciente, la mentira más reciente, la decepción más reciente, el deseo de amor más reciente, el primero en muchos aspectos y eso no es fácil de borrar. Pero ahora lo pienso en frío, sin tus dedos recorriendo mi piel, sin tus ojos mirando hacia otro lado mientras en los míos estallaba la tormenta, y la carne viva escuece, pero es la mía, una máscara inexistente que no vas a poder ponerte por más que quieras. La consciencia de la soledad individual me salva, la autoconsciencia. Estos son mis brazos, aunque abrazasen tu cuerpo, estos mis labios, aunque mordiesen los tuyos, esta mi cabeza, aunque te hayas paseado por ella destrozando los muebles y las ventanas. Estos son mis pies, y en ellos guardo todos los besos y los latigazos, en el estómago el amor que ahora reservo para mis noches solitarias. Estas son mis piernas, donde se esconden los kilómetros y los hematomas de esa niña que fui hace tanto, hace tan poco, que sigo siendo. Estas son mis uñas, rotas y descascarilladas de rasgar cuerdas como quien se rasca una costra. Estos son mis ojos, que han visto tanto que en mis sueños a veces sólo quieren cerrarse buscando el silencio de los ciegos. Mis ojos, que han sido cascadas y prados, que son tierra fértil para la poesía y barro pegado en las botas del mundo. Mis ojos que te han mirado como si en el mundo no hubiese nada más que mirar, y te han atravesado el cuello muchas menos veces, y te han visto desnudo y sincero y te han odiado por no reconocerte en una máscara demasiado conocida. Mis ojos que no se secan nunca porque saben que hay que regar el mundo, el poema, con esta sal sangrienta que sale de ellos en cada parpadeo, con esta bilis negra que se hace pupila y crece. Ojos-puente, ojos-ventana desde donde saltar, ojos-portazo enfadado, ojos-oleaje, ojos-mar en calma, ojos rotos y grandes, a imagen y semejanza del mundo que les ha tocado tragar. Mis ojos sueltos y sinceros, mis ojos que no saben mentir aunque me lo proponga, que hablan y cuentan historias y miran al cielo o al suelo por su cuenta, sin que yo, aún queriendo, pueda falsear su lenguaje. Ojos-idioma que nadie entiende, ojos-cráter de luna dolida, ojos vivos a pesar de respirar la muerte cada vez que tomo aire. Esta, también, es mi nariz, la culpable de que me acuchillen los recuerdos inesperadamente, la misma que me reconocería a leguas si estuviese lejos, la que me sabe sucia e impoluta, y no le importa. Estos mis labios, ya lo dije, y se muerden entre ellos y se besan con la dulzura de mil madres y el deseo de siglos de lucha. Mis labios y mi lengua que a veces callan por no desatar la furia de los dioses que guardo dentro, por no escupiros las plagas a la cara. Mi saliva, emponzoñada y limpia, que ha sido tantas veces barniz en tu cuerpo, en los cuerpos de otrxs, y que es el mejor antiséptico que existe, porque sólo con veneno se hace una inmune al veneno. Esta es mi piel, fría como mil inviernos y aún así es el traje más cómodo que jamás podría probar. Mi piel destrozada, mi piel que escuece y me acaricia y me deja en la duda de quién es la acariciada y quién la acariciadora. Y siempre soy yo. Mi mente que une todo esto, el paisaje romántico que soy por dentro, o las líneas duras de los retratos de Schiele, su movimiento, su dolor. Mi mente que es tan bella como odiosa y me quiere hasta matarme, y ama el mundo en su ruina más bella, y lo imagina y lo cambia. Mi mente infinita y ávida, mi desierto y mi oasis. Así que al final no se trata de borrar sino de añadir a borradores, como se añaden las anécdotas que contar en la noche a mis demonios. Añadir una más al cajón de las que he sido, elegir el vestido que ponerme y que no me importe la climatología. Añadir, que no borrar, aunque sea desde lejos. Escribir el punto, cambiar de documento, y guardar el correspondiente en la carpeta de siempre. Acumular, acumularme, para que cuando llegue el día en que estalle, salgan millones de yo, pequeñitas, a invadir los tejados, con la rabia del que ama, del que se ama, con la furia del que sobrevive queriendo, con unas ganas inexplicables, vivir.



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