sábado, 13 de agosto de 2016

Fue en el año de mis 22 cuando ya no veíamos las orejas si no las fauces y la saliva hambrienta nos caía desde arriba, nos empapaba la ropa. Fue quizá el momento oportuno para decirle a la vida "Hey, esta es mi parada, gracias". Y haberle dado una patada al bajar dejando claras las intenciones. En lugar de eso estábamos dentro pasándonos un cigarro entre muchxs, esperando que eso que empezábamos a tocar no fuese el tope del decorado. Nos vestíamos por dentro de humo, nos ahogábamos, nos mentíamos con la química y el paisaje volaba, como volaba el tiempo sin saberlo a través de nuestros sentidos dopados, y sonreíamos. Quizá esa fue la ultima oportunidad de bajarnos y quedar a salvo, y no quedar. Ni enteras ni hechas trizas. Pero seguimos adelante y llegaron los 23 como 23 cuchillos. Y febrero se tornó fuego en mitad de una tormenta de lágrimas, en nuestras gargantas secas. Llegaron los 23 y toda decoración se esfumó, se derritió entre nuestros dedos. Ya la vida era un desierto, no había nada que beber, sólo acercar la boca a la almohada empapada cada noche. Y a base de eso sobrevivimos como se sobrevive a una catástrofe natural, en los huesos y a pasitos cortos. La cama como santuario, sólo la nuestra, la de cada unx. Una manada herida hasta los ojos que nos limpiábamos unxs a otrxs, a lametones. Y aún este 2016 maldito se nos aparece en los sueños, en las pesadillas. Aún no ha cerrado la puerta, aún están las llaves sobre el mueble de la entrada y hay sombras que se cuelan por los resquicios de las ventanas, La vida nos puso a prueba y nos quedamos en nada, en ausencia, en blanco-sorolla sin el resto del cuadro. Y poco a poco llegaron los pigmentos, no, los buscamos. El primero el rojo, por toda la rabia y el dolor, por toda la sangre, la nuestra y la de los nuestros, la nuestra y la de todxs. Y ya el resto fue ir rebuscándonos en los bolsillos del alma. Poco a poco empezamos a entender que no sirve de nada llorar si no te llenas las uñas de tierra por sacarte del ataúd, por sacar quien está más abajo. De nada sirve llorar si no dejas que te crezcan las polillas en los labios, si no las dejas que vuelen. La sorpresa y el cuchillo, la traición y la locura, la sociedad y el mundo burlándose de nosotrxs y de nuestros idealismos, mientras nuestras nuestros dedos se enfurecían y estábamos roncas al levantarnos al día siguiente, de tanto sacar a gritos eso a lo que nos aconsejan hacer oídos sordos. Poco a poco pasar de ser ausencia a ser vacío, a entender que el vacío no existe, a ser excedente o insuficiencia, a ser sobras de otrxs. Poco a poco a no ser casi, para poder ser de verdad, y romper los espejos solo por volver a darles forma. Y después seguir, seguir andando, seguir rompiendo cuerdas, lenguajes, ideas, máscaras, tímpanos. Seguir mirando farolas, y que sean ellas las que se acercan a nuestros ojos. Y abrirlos bien, junto con la mente, junto con las alas. Después de todo, después de tanto, sobrevivir nos viene implícito en nuestras células famélicas y las ganas que arden en nuestro estómago le contestan a la muerte "Hoy no. Y mañana, con suerte, tampoco".


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