lunes, 21 de noviembre de 2016

Los corazones rotos me dan hambre
y busco entre la gente
a aquellos que se desangran
para lamerlos despacito
y que se dejen morder.
Arranco los pedazos y los echo a la lumbre,
barbacoa de amor podrido cada noche.
Olor a carne quemada.
Delicioso olor.
No es maldad ni canibalismo.
Es sed insaciable y ganas de vida,
de savia espesa.
Ahora lloras, pero después
me darás las gracias.
Los corazones rotos me dan sueño,
me mecen sin saberlo apenas,
me dejan flotando entre los brazos de Morfeo,
se hacen sábana sobre mi piel, me abrigan.
Yo los abrazo primero
y luego me hago un colchón con su carne
para el eterno descanso de los huesos
de mis amores perdidos, de su cáscara rota.
No es maldad, lo juro.
Son siglos de insomnio como columnas corintias
sosteniendo mis párpados,
pintando de noche mis ojeras.
Primero lloro, luego duermo.
Después te daré las gracias.
Los corazones rotos me hacen cosquillas
y juegan entre mi esqueleto
a ver quien se esconde mejor.
Se hacen raíces en mis costillas
dolor en mis sienes,
cuero en las plantas de mis pies.
Pero gano yo, por jugar en casa.
Y al moverme los noto,
un espasmo tras otro,
una sonrisa sangrienta en el rostro
del espejo.
No es maldad, no me juzgues.
Hace mucho que nadie
juega al escondite en mis tendones.
Hace mucho que no me retuerzo por la noche,
buscando poesía en los muelles del colchón.
No te doy las gracias,
no me lo agradezcas.
Los corazones rotos me llenan las venas de sangre ajena,
transfusión maldita del que no quiere regalar ni sus sobras,
agua añorada en los muslos de la que se ha quedado vacía
de tanto dar.
Los corazones rotos me activan
me dan ganas de llorar hasta reírme,
de romperme a carcajadas la caja torácica
y bailar sobre mil tumbas,
sobre la mía propia,
mientras el resto escupen sus flemas
sobre mi epitafio.
No es maldad, ni ganas de muerte.
Es la vida aullando,
sincera y sin trampas,
en los pulmones
podridos del mundo.



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