lunes, 5 de diciembre de 2016

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Mágica locura que sólo miente
cuando no se decide a romper los espejos.
Dulce tristeza que me acaricia los muslos,
amarga bilis que lubrica mi sexo,
mi cerebro.
Materia gris
como ladrillos dilapidando mi alma,
en carne viva mi carne de verdad.
Saliva que surca mis mejillas,
salada y sucia como mis ojos,
como esta tierra que piso,
como esta tierra que me hace de puente
para ver el mundo en todos sus perfiles,
tierra en mis dedos desgastados
que me pincha con todas sus aristas.
Asfixia de branquias rotas,
monstruo deforme y bello,
ojos de holocausto verbal,
sueño sin colchón,
músculos sin estrenar,
etiquetas intactas.
Sirena sin cola de pez,
sirena sorda y misofónica,
la piel de mis entrañas, neurasténica,
mis escamas de animal nictálope,
sin más alas que la bóveda celeste
y sin más zapatos que un mar embrutecido y ciego.
No hay mentira en mi fuego
y en él pongo la mano y el corazón,
y en él me consumiré,
sola y desquiciada,
un centímetro más cada día
y moriré feliz en mis llamas,
en mis huesos cálidos,
por fin, libre para surcar la noche
y desaparecer, volando,
embriagada en mis propios humos.



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