domingo, 13 de noviembre de 2016

No puedo escribir cuando el grafito se emborrona en mis pestañas y me ciega. No puedo escribir si tengo los huesos aplastados bajo el piano, bajo el avión que interrumpe con su zumbido las canciones con las que juegan mis dedos en la guitarra. No puedo escribir mientras los tubos de escape crecen a miles en mi pecho y por dentro soy casi carbón o casi fósil, cuando por dentro casi soy. No puedo escribir si no hay silencio a mi alrededor, si no me dejan escuchar a mis entrañas. No puedo escribir a la vez que me doblo y caigo al suelo exhausta, a la vez que intento espantar al resto para que no me levante, a la vez que intento abrazarme a través de tantas manos que no son mías, que me asfixian para que vuelva a respirar, aunque no quiera. No puedo escribir porque al entrar al refugio las arañas se esconden en vez de venir a saludar, el demonio ya no quiere charlar conmigo, ya no le gusto, me ataca en sueños para vengarse, como tantas veces hicieron tantos. Ya no puedo escribir y suenan portazos en mi cabeza cada vez que me giro hacia atrás, cada vez que se rompen mis rodillas en un amago de la estatua de sal que casi visteis deshacerse, pero escribo. Porque no puedo escribir pero las letras me arañan por dentro como la misma vida, ellas me mueven las cadenas y me dicen "no te creas tan libre, no eres dueña más que de esta piel hecha jirones, no eres dueña más que de este cachito de universo que nadie entiende, en el que todos han metido mano". Tintinean mis uñas frente al techo, intento romper cristales que se disuelven ante mis ojos, que se convierten en ácido, que se llevan con ellos el decorado. Me siento como un animal agazapado en el vientre de su madre muerta, descomponiéndose con ella sin saberlo, pensando sin pensar "¿todo este dolor es la vida?".

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