miércoles, 27 de febrero de 2019

"La verdad ha sido sacudida una y otra vez en las telas del universo"

Hace unos años confundí amor con cuchillo y herida con muerte. Desde entonces estoy en un espacio-tiempo emocional hecho de retazos y símbolos de aquello que alguna vez sentí que valía la pena. Es aquí donde me armo para la lucha de resignificar un concepto muerto, una caja de manzanas podridas, un ramo de flores marchitas, una cartera llena de estiércol. Es aquí donde a veces no me bastan los recuerdos ni las teorías, donde no entiendo qué sucede pero lo siento. Donde algo me duele pero no sangra, así que no sé qué es. Me armo, miro a los ojos, agarro las manos, acaricio con ganas, siento. Se me derriban los mitos que una vez hicieron de barrotes en esta jaula que era mi corazón y que dejé que se comieran las bestias. Crecen las posibilidades y florecen los almendros y el fruto está tan delicioso como delicadeza le hemos dedicado al tronco. ¿Por qué nos encadenamos a un árbol en vez de plantar un bosque? ¿Porqué la competición? ¿Por qué la jerarquía? Cuando dos personas se miran a los ojos una sinceridad salvaje se adueña del aire, tan impertinente que incomoda para hacer ver a modo de vergüenza que somos igual de vulnerables. Esta verborrea incesante no expresa ni la mitad de lo que inunda mi mente cuando los sentires se me escapan de los moldes y florecen fuera del tiesto. No se expresa en esas dudas el sentirse estafada por una moral caduca que empaña la libertad que ansía mi instinto de animal social. Han reducido la manada a un amo y una esclava. Algo que no sé si es mi esencia me ruge al oído cuando los cariños se expresan y nos pintan la cara en mitad de este sin sentido. La animal lo tiene claro, la social disfraza su regaño de miedo a herir o a ser herida, de miedo a que no haya otras maneras y al final sea mentira. Ya no confundo amor con un túnel subterráneo, con la eterna pesadilla, con la bilis que envenena, con el dolor de costillas a las 4 de la mañana. Le he prendido fuego al imaginario afilado de los sacrificios inútiles y he imaginado un jazminero en flor y un jardín salvaje en la parte trasera de mi casa. No sé si se entiende la metáfora. Está muy bien multiplicar los panes y los peces. Pero nuestro instinto también necesita rosas.



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