Nunca he sido de madrugar. Y aquí estoy quitándole las legañas al sol mientras el mundo se despierta. Tratando de callar las voces de mi cabeza y enfrentarme limpia, y estar en este mundo absurdo que no comprendo del todo.
¿Qué es lo peor que puede pasar? Morir es lo último pero no es lo peor. Morir está primero como una amenaza en las cabezas de quien no entiende la vida. A mi no me da miedo la muerte, no me da miedo decir adiós para siempre sin haber tenido la oportunidad de decirlo. Lo que me da miedo es saberme viva y verme rodeada de cadáveres. Lo que me da miedo es la verdad blanca que esconde el mundo detrás de su policromía. Sufro todos los males del siglo XXI y no encuentro consuelo tras las pantallas que sólo me afirman la soledad absoluta de cualquier dios, su absoluta derrota, en esta tragedia de antihéroes. No sé qué papel juega mi huella dactilar en este sistema burocrático. No sé qué papel juegan mis dedos si no es conocer y amar lo que me rodea por que su energía es la mía y viceversa. No puedo responsabilizarme de los problemas del mundo. No puedo responsabilizarme a veces ni de mis propios problemas, y eso que soy yo quien se rompe hasta crearlos. No lo entiendo. Lo que ayer era amor hoy es cenizas, lo que ayer era cenizas hoy es lava. Me hablan de física cuántica y en mi ignorancia, en mi anhelo, todo tiene sentido. Mi filosofía es tan barata que iba a decir que sale gratis pero eso es imposible. No paro de embargar mi pensamiento a cambio de una paz ficticia, en contra de una guerra ficticia. Y no las quiero a ninguna.
Respiro con dificultad. El nudo de la garganta se aprieta a traición y las lágrimas luchan por limpiar mis ojos de las veladuras de los sueños. Las acaricio para que se calmen. Me dirán que no. Si no me lo dicen, me lo harán entender y yo tendré que cargar con la piedra de la culpa de creer no ser suficiente. Y tendré que arrastrarla hasta la cima, y dejarla caer. En vez de volver a recogerla cantaré a la primavera para que le cosa un manto de arbustos y flores. Que de una vez descanse. Que de una vez me deje descansar.
A veces más que poeta me siento enferma. Y me ataca el vómito de palabras a la vez que las lágrimas. No hay ningún sentido artístico detrás de este cubo lleno de tripas. Sólo soltar, expulsar, observar, extirpar el cáncer. Y luego enterrarlo en el cementerio de todos los miedos que tuve, de todas mis profecías, de todos mis rotos. Ahora miro hacia atrás y hay más cementerio que templo. Mis seres respiran bajo tierra mientras les canto. Mi ser anhela el horizonte marino, el cielo estrellado, la más alta montaña para poder decir adiós con la conciencia tranquila. Escribir es guardar secretos al resto mientras te miras desnuda frente a un espejo entrando a un examen de rayos X. No os puedo enseñar mis huesos, mis músculos, mis tendones. Saber de qué estoy hecha no es suficiente para tranquilizarme. Escuchar las improntas, entender los surcos, el desgaste y los residuos. No es suficiente. Saber que hay algo que baila al azar a nivel microscópico y que nos une. Saber que es mi estómago el que decide cuando me inunda el llanto. Saber que no sé para que me sirve. Espero una respuesta. Me quedo esperando. Ni el universo ni nadie va a venir a llamar.
Pulso de nuevo el enter como queriendo alejarme de lo dicho. Me callo demasiado, digo demasiado. ¿Quiénes se empeñan en vengarse de mis osadías? ¿Acaso me conocen? No saben el color de las paredes de todos los cuartos que tuve. No entienden mis sueños con casas enormes donde estamos quienes tenemos que estar, quienes estarán, quienes creí que siempre estarían. No entienden las goteras, los agujeros del suelo, los colchones rotos. No entienden que a pesar de todo siga queriendo lo que quiero. ¿Acaso lo sé? Quiero no tener que pedir perdón por disfrutar el viento despeinando mi cabeza, quiero que la libertad sea algo más que una palabra violada por demasiadas lenguas. Quiero no tener miedo, quiero que nada me importe tanto como para tenerlo. Quiero apreciar, descubrir, mantener las cosas de verdad, las que aún estoy descubriendo. Hay una voz que me dice "escríbelo, deja que salga, oblígalo a salir". Hay un contratiempo que me repite una y otra vez "no sirve de nada".
No sirve de nada. Qué esperaré conseguir poniéndome en mitad de una guerra que otros han empezado, en la que ni siquiera aparece mi nombre. No quiero seguir viendo los restos de esta batalla campal cada vez que me miro al espejo. No sirve de nada. Pulso con fuerza las teclas como si así pudiera sacudir el mundo para beber de su líquido existencial, para calmar la sed eterna que me empaña los ojos desde que descubrí la soledad inexorable que me acompaña. Acaricio con delicadeza cada una de las letras, como si fueran un cuerpo deseado al que poder dar toda la humanidad que escondo tras esta reyerta inhumana. No recuerdo cuando descubrí la verdad. Fue poco a poco el saber que no tenía más superpoderes que respirar, que suspirar, que ser yo (que es lo mismo que ser todo). Fue poco a poco el saber que no estaba en mi mano pero sí en mis ojos y en mi ser el deseo de cambio absoluto, la estúpida idea de justicia en un mundo que hace demasiado que perdió el juicio. Fue poco a poco el pensar por qué y por quiénes, fue aún más despacio el por mí. Aún sigo trabajando el por todxs. Fue tan lento, tan rítmico, que un día de pronto, cuando todavía era una niña, me miré al espejo y lloré. Por que no conocía a esa persona, y a la vez, porque esa persona era todo lo que conocía, todo lo que podría ya conocer. La vida se sucede entre mentiras como el tiempo y las instituciones estatales. Y yo sólo veo cráteres en mis ojos, como si en el fondo me hubieran dejado una pista. Los ciclos y las crisis me llevan siempre al mismo sitio. Salen siempre del mismo sitio. Recorren los mismos espacios en diferentes tiempos que siguen siendo el mismo. En mitad de esta casualidad descarada, de esta causalidad absurda, yo me siento, de nuevo, tan sola como cuando supe que siempre lo estaría.
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