jueves, 28 de marzo de 2019

Sapos y culebras se me escapan de la boca y echo de menos ser un poco más bruja, volar sobre la ciudad buitre con mi aquelarre, hablar lenguas desconocidas. A veces echo en falta los dientes que nunca me han enseñado a sacar y suspiro cabreada mientras remuevo el caldero. Imagino en el fondo vuestras caras de ranas, alimañas, reyes de la selva venidos a menos. No os da por sacudir el tiesto porque sabéis que está vacío. El verbo merecer se me atraganta como un hueso hasta que acaba en mis cuerdas vocales en forma de grito. No es tan difícil entender el poder de las palabras, el impacto de un símbolo en un cuerpo físico, la agonía del silencio. A veces me ciega la rabia y sólo la venganza posee la épica que necesitan mis poemas. Son los días en los que hago llover cuchillas sobre el asfalto, rezando por que quiten a unos cuantos de en medio. Y después, encima, me siento mala persona. Echo de menos ser más bruja. Tener una nariz aguileña, una verruga en el rostro y un gesto infernal tatuado en las pupilas. Echo de menos saber lo que soy, para serlo en su complejidad completa, para dar patadas a eso que me escupe a la cara desde que era una niña. No me dais ningún miedo. Ya no. Sé que no os necesito. Sé que este amago de necesidad es un condicionamiento, sé que han premiado la más ruin de las conductas para que yo gaste mis noches en esta terapia sangrienta que es abrirme la piel para ver lo que hay dentro. Sé que les ha salido mal. La primera vez que lo escribí fue confirmarme a mí misma que no estaba loca y a la vez constatar que era la locura la que hablaba si me decidía a continuar el silencio. Una vez fue costumbre el desnudarme ante mis ojos, con todo mi cuerpo, con todos mis miedos y todas mis miserias, descubrí que había algo invencible a lo que nadie podría llegar nunca. Esa es la que soy, por encima de todas, aunque le guste esconderse de las carcasas vacías que son vuestras cabezas. Os llamo miserables, os llamo lujuriosos, sádicos, paranoicos, esquizofrénicos. Entra de nuevo a escena Berènice como si nunca hubiera salido. Vuelvo a ser cactus y esta vez no habrá flores que regalar a los sedientos. Me he cansado de ser desierto y oasis. De tener que dar de beber mientras me seco. A estas alturas del espectáculo el disfraz, el personaje y el escenario ya me quedan pequeños. No bajaré la voz ni la cabeza. Dejaré que me riegue el miedo que os da la consciencia plena de esta mujer libre en la que me he convertido. 



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