domingo, 1 de septiembre de 2019

La vuelta y las revueltas

Casi capicúa la hora que me ocupa. Casi cuento los días que me sobran, como si existiesen. Llevo justo una semana cambiando los ciclos, cerrando los círculos, haciendo pie en la piscina y tirándome de púa. Ahora mi cuerpo se rebela, es decir, yo me rebelo, contra mí misma y el constructo que también soy, que soy sobre todo. Abuso de la luz y los adjetivos, de los imposibles antes de dormir, del extremo que más calor me da cuando me castañean los dientes. Mientras tanto busco desesperadamente, por mi tierra y la vuestra, por el único mar, por todos los cielos, la respuesta a este vacío por que el sólo puede una caer mientras reza porque tenga fondo. Aquí sigo, y aquí es un nuevo lugar como vuelve a ser el de siempre. Este sofá que colecciona sueños húmedos, sudores antiguos, palabras de amor e inicios de canciones. Estas paredes que terminan en adornos florales, en hojas amarillas que me anuncian en el otoño como un réquiem. Llevo un mes y medio esquivando sin querer el polvo de las esquinas, porque eran otras esquinas y otros polvos los que me rodeaban en la noche. Los parásitos se hicieron físicos y como tales, dejaron de asustar. La soledad se hizo tan grande y tan inmensa como imposible, la paradoja devoraba mi ser al no poder hacer otra cosa que cerrar los ojos para no pensar. Llevo de vuelta una semana en la que mis ojos tampoco han querido abrirse. De vuelta a la salida sin metal, al metal candente sin guantes, a la soledad evidente sin ironías que la maquillen. La odio profundamente y es, aun así, a la que más he echado de menos. ¿De dónde viene entonces esta conspiración, Alejandra? No sólo de invisibles sino de falsas monedas, de dioses amarillentos, descascarillados, de imaginación sin límites. ¿Acaso es justo el precio a pagar? ¿Acaso alguien se ocupará de cobrarlo? No entiendo este enfado, esta desidia, este demasiado y este casi. Quedarme a las puertas o saltar por el balcón desesperada. Ya no recuerdo mi paseo por las estancias, las caricias, las camas, los medios días. Nada parece tener el menor sentido, nada que se salga de este chiste de humor cósmico. Es lógico que no me entiendan, es lógico pensar lo absurdo de que una venga aquí cada mañana a abrirse en canal y esperar que el resto coman sus vísceras con gusto, sintiendo quizás, que también son las suyas. No tengo mis respuestas ni las tuyas, no tengo más que una luciérnaga en el bolsillo que elige brillar cuando yo no miro y no consigo comprender qué dice eso de mí. Mi cuerpo se rebela, abro los ojos y estalla una guerra. Odio estos términos, estos símbolos muertos que no expresan la sangre invisible que me empapa en la cama si no me obligo a salir. Muy aleatorio, como decía la Gata, un día el mundo es tan pequeño y sencillo que juego con él y lo acaricio hasta dormirnos, hasta nadar en la playa cristalina de nuestras consciencias... al otro día ni la cama es capaz de hacerme de salvavidas, si acaso de mortaja o tumba, si acaso de cadenas. No estoy diciendo ni diré que busco el equilibrio como fin ni como medio, que prefiero antes coger la mitad que el vacío, que trato de encontrar la pisada exacta y correcta, la aburrida perfección de lo mediocre. No. Agradezco las luces y las sombras, entiendo como uno el paisaje salvaje que llena de formas y colores mi mirada, de frío mi piel, de miedo mi instinto. Agradezco el arriba y el abajo, morder el polvo, subir al cielo, estrellar la cara contra el muro más cercano. Agradezco las risas y las lágrimas, el silencio eterno, las palabras sinceras vestidas de amor, cariño pena o fracaso. Pero aquí, perdida en mitad de tanto, toca decidir si seré yo quien busque la miel y los venenos o si dejaré al azar o al viento asfixiarme con su aliento.


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