jueves, 12 de noviembre de 2020

2020

En el ojo del huracán, a pesar del caos que me rodea, me siento agradecida por ser capaz de ver claro en mitad de este absurdo. La incertidumbre hace tiempo que ha dejado de ser una palabra, un concepto. La incertidumbre ahora teje las telas del universo, quizá siempre ha sido así y seguimos alimentando la certera ceguera colectiva. Como si esto fuera a acabarse, como si no fuese cualquier final otro principio. 

¿Cuál es el miedo entonces? Todo acaba tarde o temprano.

Mientras el sol se esconde escucho a los pájaros en los tejados, las sirenas, las campanas de la iglesia y los coches derrapando. Parece que esto nunca fuese a terminar pero lo hará. Pero lo hizo. Y sigo viva con unos cuantos menos kilos de certezas y unos cuantos kilos más de interrogantes agarrados a mi espalda. Me escondo a veces en los resquicios de normalidad, a pesar de haberla odiado con todo mi ser. Ahora la busco por no enfrentar que lo que hubo no ha de haber de nuevo, que lo que odiábamos con saña está apunto de terminarse y no sabemos aún qué es lo que amamos. Y si lo sabemos, no hemos construido todavía la manera de llegar hasta ello. 

Ese es el peso que oprime mis cuerdas vocales cuando no canto, el saber que después de las bombas sólo consigo imaginar cadáveres. Ese es el lastre, un "¿para qué?" tatuado en la punta de los dedos que no se borra, ni se responde, por más que escriba.



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