lunes, 4 de enero de 2021

Cuando el verano se acaba y los árboles se quedan desnudos, cuando la noche ya no espera y se cuela desvergonzada por las ventanas. Es entonces cuando me toca volver. Cuando terminan los septiembres y las tempestades auguran oscuros comienzos. Algo así tiene que ser mi esencia. Un río congelado bajo la llamarada naranja del atardecer, unas termas hirviendo en mitad de una noche invernal. Coso mis disfraces a la luz de las velas, la magia no me abandona aunque a veces me atreva a negarla. La osadía de su existencia es más grande que yo. Sólo puedo dar las gracias por ser capaz de verlo. En la misma frase me digo adiós y me doy la bienvenida.

Presiento la nueva luna en camino. Se afila mi instinto más profundo, el que sólo a mí me incumbe. El impronunciable, el único, escurridizo y sabio. Yo bailo al ritmo de sus voces. Me desnudo porque así es como soy de verdad. Me observo sin máscaras mientras mudan mis pieles, mientras nacen de nuevo mis ojos inundados por la misma mirada. El filtro incoloro que compone mi esencia. Le doy la bienvenida de nuevo a mi antigua verdad. No quiso irse y nunca lo hizo. Fui yo la que me despisté y solté su mano. Es mi atención lo que nos mantiene unidas. Cuando me distraigo la realidad pierde su luz y su brillo, el reflejo colorido de las plumas de los pájaros. Pero ella nunca se va, soy yo la que deja de mirarla y se olvida de que existe. No quiero olvidarla más. Afilo mi atención hasta que atraviesa mi mirada, practico consciente el ejercicio de alimentarla, acariciar su rostro, besarla, sacarla a bailar. A cambio la luz de la verdad ilumina mis pasos. Siempre lo he sabido, lo que me aterra es pensar la de veces que he podido olvidarlo.


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