domingo, 23 de enero de 2022

Pupas

Un dolor partiendo en dos el mapa de mi espalda, dividiendo las aguas para revelar mi abismo. No quiero mirar pero miro, no puedo escapar de la mirada cansada que me devuelve el vacío. Las vértebras ya no me dejan bailar como antes, dejé de colgarme de los puentes que las conectan, de nadar en su líquido cefalorraquídeo, de pararme a respirar sus carencias. Ahora qué sino la rigidez de su magma silencioso y muerto, mis vértebras de roca ígnea, mi estructura basalto obsidiana y gabro, oscura y misteriosa, como evidencia de lo que una vez ardió. Me escuecen las manos de no acariciar el cuerpo de mis guitarras, de no usar mis dedos para excavar profundo en la tierra, de echar de menos el mar limpiando la sangre mis uñas y el futuro de mi palma. La enfermedad es sólo otro idioma del cuerpo, y como este, nunca es sólo del cuerpo sino también del medio en el que se desarrolla, de las relaciones de supervivencia que establece con el mismo. El dolor que parte mi espalda es el mismo que parte mi corazón, entendiendo corazón como la sensibilidad que crece en mis tripas. Es el mismo que me arma de rabia y me caga de miedo y me deprime hasta no querer volver a abrir los ojos y sólo me queda mirar hacia otro lado, poner la música más fuerte que su voz, marearme hasta no conseguir que me aplasten las verdades. Y es entonces, justo entonces, cuando mi cuerpo es decir yo, es decir la parte de mi que más se escapa a mi control, esa máquina que soy y me deja ser algo más que una máquina, se revela contra sí misma. Y yo, aunque no quiera mirar, miro, y vuelvo a quedarme atrapada en la mirada cansada que me devuelve el abismo.



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